En la parte occidental del Camino de Santiago, casi en las puertas de Galicia, se encuentra la población zamorana de Puebla de Sanabria, un pueblo con un casco relativamente modesto pero con un extenso término municipal que comprende a su famoso lago, principal reclamo turístico de esta población. Como todos los hitos situados a la vera del ahora cristianizado camino de la Vía Láctea, encontraremos señas de identidad de aquellos sabios que quisieron dejar testimonio de una sabiduría que supera con creces al endeble contrato espiritual que ofrecía la recién instaurada creencia cristiana.
Partiendo de la génesis del camino de Santiago, ahora ruta turística y reclamo propagandístico de la Iglesia Católica europea, nos encontramos con un panorama muy diferente al que las instituciones políticas y religiosas actuales quieren darle. El Camino de la Vía Láctea estaba plagado de hitos, de personajes, de experiencias, por decirlo, sobrenaturales. Aquel que se aventurase a emprenderlo debía empaparse de todo aquello que se le ofrecía, todo un compendio de conocimiento que relacionaba al ser humano con el cosmos del que formamos parte y nos rodea. Así, monumentos megalíticos, cultos ancestrales, tradiciones romanizadas o cristianizadas posteriormente, señas en piedra dejadas por los que ya habían estado antes allí, eran un compendio de ese conocimiento ultraterreno que estaba más allá de los limitados sentidos de los que nos valemos para cubrir nuestras necesidades básicas.
Puebla de Sanabria es un importante núcleo de conocimiento, un conocimiento que ahora llamamos Magia o Misterio, sin saber realmente a qué nos referimos. El análisis de esos «misterios» de Puebla de Sanabria podría llevarnos varias entradas en este blog por lo que de momento, sólo vamos a hablar de dos de ellos: el de la leyenda del Lago de Puebla de Sanabria, uno de los lagos glaciares más grandes de España y el del mito serpentario que expresan los capiteles de la Iglesia de Nuestra Señora del Azogue. Esta primera entrega hablará sobre la leyenda del citado lago.
LEYENDA DEL LAGO DE SANABRIA
Una leyenda que nos remite de inmediato a aquel continente mítico, la Atlántida, cuyos maestros pudieron transmitir su visión cosmogónica a los pueblos limítrofes, en forma de creencia. Como relató Platón, la Atlántida fue un continente próspero a la par de impío, siendo su iniquidad la que hubiera detonado el desastre. Palabras difíciles de digerir ante la ausencia de pruebas documentales tangibles en la que apoyarse. De cualquier manera, la existencia de este «mito» la encontramos en multitud de referencias a lo largo del Camino de Santiago, pues tal es la propia meta de la ruta jacobea, el reencuentro con aquellos maestros que estaban más allá del Atlántico y que derramaron su conocimiento a lo largo y ancho de kilómetros de caminos, valles y montes.
Vayamos con la versión oficial y cristiana de la leyenda del Lago de Sanabria.
Antes de la creación de la moderna Puebla de Sanabria, existía, Villaverde de Lucerna era una próspera aldea campesina. Una noche de invierno llegó a aquel lugar un peregrino hambriento y cansado quién llamó, puerta por puerta, pidiendo limosna. Los habitantes de Villaverde temían que aquel mendigo pudiera robarles y rehusaron ayudarle. El peregrino llegó a la última casa de la aldea, donde vivían dos hermanas que en aquel momento cocían pan. No sólo le abrieron la puerta, sino que se apiadaron de él y le ofrecieron un lugar donde resguardarse del frío e incluso le proporcionaron pan recién hecho.
Cuando las mujeres introdujeron más masa en el horno, creció tanto que el pan se salió del mismo. Sorprendidas, miraron al peregrino que confesó no ser un mendigo sino el propio Jesucristo. En ese momento explicó que probaba la generosidad de los habitantes de la aldea y que tal había sido su decepción que les castigaría. En aquel momento, las mujeres echaron a correr, mientras Jesús clavó un bastón en el suelo y recitó:
“Aquí clavo mi bastón
aquí salga un gargallón
aquí cavo mi ferrete
que salga un gargallete.”
A lo lejos las mujeres pudieron ver cómo del fondo de la tierra se formaba un torbellino de agua, que cada vez se hacía más y más grande, hasta que finalmente el valle quedó anegado en agua. Tan solo el horno de las mujeres se salvó de aquel desastre. El horno desapareció y en su lugar hoy se extiende una pequeña isla en el Lago. Incluso en las crecidas de agua, la isla permanece intacta. Mucho tiempo después, los habitantes de los pueblos vecinos intentaron sacar las campanas de la iglesia que yacían en el fondo del Lago. Para ello emplearon dos bueyes, pero sin éxito alguno. Desde entonces, cuentan que los habitantes de Puebla de Sanabria escuchan las campanas de la iglesia de la aldea durante la noche de San Juan.
No obstante, la Leyenda del Lago de Sanabria tendría otro origen menos piadoso y más antiguo.
El origen de la leyenda puede buscarse en el año 1109, cuando un monje francés llamado Aymeric Picaud, viajaba acompañando al pontífice Calixto, Guido de Borgoña, en la peregrinación que éste iba a realizar a Santiago de Compostela. Al terminar el viaje, el monje Aymerico escribió un manuscrito en el que narraba las vicisitudes del viaje y que denominó el Liber Sancti Iacobi, o Codex Calixtinus. En el cuarto libro del Códice, conocido como el Pseudo Turpín (ya que Picaud atribuyó su autoría a Turpin, obispo de Reims en el siglo VIII), se cuentan las legendarias hazañas de Carlomagno en Hispania. Allí se dice que el Emperador sometió a más de cien ciudades en la península, de las que sólo tres opusieron una feroz resistencia, por lo que Carlomagno no sólo las destruyó al conquistarlas, sino que las maldijo, para que quedaran para siempre reducidas a ruinas. Dos de estas tres ciudades, Capparria (la actual Ventas de Caparra, Cáceres) y Adania (parece ser que Idaña La Vieja, Portugal), ya estaban en ruinas cuando Picaud compuso el texto; sin embargo es la tercera, Lucerna Ventosa, es la que acabará dando el nombre a la ciudad legendaria sumergida en el Lago de Sanabria.
Según la historia que se narra en el Pseudo Turpín, cuando el Emperador ruega a Dios para que le entregue la ciudad, los muros de Lucerna se caen y del suelo empieza a brotar un sucio torbellino de agua que inunda la ciudad, convirtiendo el lugar en un estanque de aguas turbias en las que nadan grandes peces negros. En la actualidad, existe acuerdo entre los autores que más han estudiado la obra de Picaud en considerar que la ciudad estaba ubicada en la tierra del Bierzo, en el camino de Santiago. Según esta hipótesis, el lago de la leyenda es el lago de Carucedo, originado cerca de las minas romanas de las Médulas, lago que se habría formado tras la destrucción de Lucerna, que se identifica con el Castro de Ventosa. Hasta aquí, la leyenda vinculada al camino de Santiago.
Picaud pudo ponerle el nombre de Lucerna al pueblo por la localidad suiza del mismo nombre. Se trata de una ciudad que en la Edad Media se vinculaba como morada del cuerpo de Poncio Pilatos, el gobernador romano de Judea que no hizo nada por evitar la muerte de Cristo. En la Edad Media una leyenda aseguraba que esta Lucerna era en realidad una ciudad nueva que se había edificado junto a un lago en los que se hallaba una ciudad sumergida y destruida por Carlomagno al negarse a rendirse.
El paso que faltaba por dar, es decir, la llegada de Lucerna a Sanabria, está relacionado con la comunicación que hubo sin duda entre los monjes cistercienses del Monasterio de Carracedo, fundado en el siglo X, y al que pertenecía el Lago de Carucedo, con los monjes, también cistercienses, del Monasterio de San Martín de Castañeda, dueños del lago de Sanabria. En algún momento, alguno de los monjes llevó la historia de un lago a otro. Y si allí, en el lago berciano, se hablaba de una maldición, aquí la historia cobraba un matiz religioso al asegurarse que fue Dios, en forma de peregrino, quien destruyó el pueblo ante la avaricia y falta de caridad de sus vecinos.
Miguel de Unamuno eleva la leyenda del Lago de Sanabria al rango de obra literaria en su obra San Manuel Bueno, Martir.
«Campanario sumergido
de Valverde de Lucerna
toque de agonía eterna
bajo el agua del olvido…»