Ninguneados como acopios de piedras, etiquetados como monumentos funerarios, o directamente desmontados como materia prima para construir casas o cercados, nuestros monumentos megalíticos has sufrido uno de los mayores expolios patrimoniales de nuestro país. Tenemos que remontarnos a la época de la cristianización de la Península Ibérica cuando la Iglesia y sus prohombres lanzan sendos anatemas contra aquellos que se dedicaban a adorar a las piedras, y aún más, se planea la destrucción sistemática de un legado tan antiguo y arcano como lo es el origen de los primeros moradores de nuestra «piel de toro».
Si desde la llegada del cristianismo, los misioneros cristianos se enconaron en la destrucción de los sitios de culto megalíticos, siendo San Isidoro el predicador que más cargó contra estos lugares de culto y contra quienes los frecuentaban (Etimologías de San Isidoro), los cánones LXXI-LXXIV del Concilio Bracarense (572) prohíben el culto a las piedras, y san Martín de Dumio (510-580) incide sobre lo mismo en su obra De correctione rusticorum (575?). Los concilios de Toledo, XII canon 11 (681), XVI canon 2 (693), y XVIII (710), vuelven a anatemizar a los «veneratores lapidum».
La iglesia se ve sobrepasada por la veneración del pueblo ibérico, desconocedor de la nueva doctrina impuesta a base de prédicas y acero, consintiendo la cristianización de muchos lugares, convirtiendo esos santuarios megalíticos de ignoto origen en santuarios cristianos con unos leves cambios estéticos. San Martín de Dumio, feroz abolicionista de los ritos antiguos, aunque dice en su De correctione rusticorum: «…pues encenderles cirios a las piedras y a los árboles y a las fuentes ¿qué otra cosa es sino veneración del diablo?», acaba sucumbiendo al pragmatismo: «Que se derrumben el menor número posible de lugares paganos, que sobre ellos se pongan reliquias para que se cambie su objetivo».
El Dolmen La Chabola de la Hechicera, una breve visita
Los monumentos megalíticos no sólo han sufrido expolio y destrucción, también olvido. Si el recién instalado culto cristiano no logra hacer desaparecer todos los enclaves megalíticos, el olvido hace el resto. A medida que las generaciones pasan los megalitos son dejados fenecer y convertirse en un montón de piedras en algunos casos, o son enterrados por los sedimentos y la maleza del bosque en otros. Los megalitos de envergadura que nos quedan en la Península Ibérica no son muchos, y en la parte española, son aún menos y menos espectaculares que los que existen en suelo de la vecina Portugal. Pero si hubiéramos de destacar un megalito entre todos, un dolmen, conservado en buen estado y de una increíble envergadura, sin duda destacaríamos el conocido popularmente como La Chabola de la Hechicera, ubicado en la localidad alavesa de El Villar.
La Chabola de la Hechicera (Sorginaren Txabola) se localiza en el lugar llamado “Lanagunilla”, entre los ríos San Ginés en el Barranco de Biurco y el Quintanilla, a 620 m sobre el nivel del mar. Fue erigido hace unos 5.000 años por gentes neolíticas que practicaban ya la agricultura y la ganadería, y utilizado hasta hace 3.000 en una etapa correspondiente ya a la Edad del Bronce. El dolmen no es solamente un panteón en el que depositar los cadáveres del grupo, sino que es señal de posesión de un territorio y lugar de culto donde se invocaban a las potencias invisibles, simbiosis de la coexistencia entre vivos y muertos e hito en el paisaje, señal de propiedad ancestral.
El nombre del Dolmen La Chabola de la Hechicera rememora una leyenda que lo relaciona con la casa de una bruja a la que en las mañanas de San Juan se oía cantar y pregonar quincalla. El dolmen, del tipo corredor, está formado por tres partes bien diferenciadas: el túmulo, la cámara y, como su nombre indica, el corredor. Era originalmente un montículo semiesférico de piedras que cubría todo el monumento, con un diámetro de unos 32 metros y una altura de 4 metros. Se construyó con piedras planas, de arenisca local, colocadas de manera imbricada o como escamas de pez. Casi en el extremo del túmulo se observan sendos muretes divergentes —marcando la entrada al corredor—, que pudieron conformar un espacio, antesala del recinto, en el que practicar rituales. De ellos arranca el corredor por el que se accedía a la cámara, que, cubierto con el túmulo, creaba una especie de pasadizo. Este corredor, orientado hacia el Sur-Sureste, está compuesto por 5 losas con una piedra transversal a modo de cierre en la entrada. Al fondo, se sitúa la cámara, conformada por 9 losas dispuestas verticalmente y que sirven de apoyo a una de cubierta, con gurando un recinto, en forma de cripta, en el que se depositaban los cadáveres. La cámara y el corredor son las partes más conocidas de estos monumentos y le han dado su nombre: la palabra “dolmen” procede del bajo bretón y significa ‘mesa de piedra’ haciendo clara referencia a la losa de cubierta que es sustentada por otras verticales. Tanto la cámara como el corredor se construyeron con grandes losas de arenisca local. Con el paso de los siglos el monumento fue desmontado, en parte, siendo utilizado como una cantera de extracción de piedra. Además, se fueron cultivando los alrededores e incluso parte del túmulo, salvo el entorno más cercano a la cámara donde las piedras molestaban al arado, por lo que también fue desarmado en una parte sustancial. Es así como llegó a formar la imagen que nos ha llegado a nuestros días.
El dolmen La Chabola de la Hechicera está acompañado de un roble centenario, como no podría ser de otra manera. Demos gracias a que esta configuración actual, aunque como hemos visto, seriamente modificada, conserva el encanto y la función que tenía en un principio, el de servir de eje mágico que articulo una comarca entera, pues sólo a unos kilómetros nos encontramos sitios como San Vicente de la Sonsierra, donde se celebra el célebre culto antecestral de «los picaos», numerosas acumulaciones de dólmenes de menor entidad y como curiosidad, la población medieval de La Guardia, donde poseyó casa Félix de Samaniego, escritor de fábulas. Como sabemos, una fábula es una enseñanza iniciática en forma de cuento para los niños donde todos los personajes protagonistas son animales que hablan y dan consejos y reflexiones para que el infante asimile de forma fácil cómo debe relacionarse con el mundo no humano. Aparte, el dolmen está en el paso del Camino de Santiago vasco-navarro.
Aconsejamos al viajero y estudioso de la España Mágica que consulte la ruta específica publicada por Juan G. Atienza en la Guía de la España Mágica.
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